domingo, 13 de diciembre de 2015

La huída de Madrid

Estaba Napoleón en su trono sentado, mirando plácidamente por la ventana con una media sonrisa, observando aquel inmenso paisaje y pensando en su plan perfecto, cuando en la sala del trono entraron Carlos IV y su hijo Fernando VII. Napoleón se levantó conteniendo su media sonrisa, por lo que se avecinaba, los saludó amablemente y dijo:


-Bounjour messieurs, ¿cómo están? ¿bien?

-Hola Napoleón, oh sí, sí. Pero ha sido un viaje movidito.- dijo Carlos IV.

-Vaya si movidito.- dijo Fernando VII.

-Esos modales Fernando...- le dijo Carlos a su hijo con tono amenazante.

-Bueno, bueno on allons parler.- dijo Napoleón impaciente.- Necesito de vuestra ayuda respecto a un tema, que es por lo que os he mandado llamar.

-¿Qué tema es ese?- preguntó Fernando impulsivamente, mientras su padre le miraba rabioso, ya que no era él quien tenía que haber preguntado aquello.

-Pues... verás monsieur Carlos... necesito conquistar Portugal pero... para ello tengo que atravesar Espagne avec mi ejército, para ello necesito de vuestro permiso.

-Oh ya veo, ¿pero como puedo estar seguro de que no te aprovecharás  para conquistar mis territorios?- dijo Carlos IV.

-Monsieur! ¿Cómo podéis pensar eso de mí? Yo que creía que éramos íntimos amigos... pero ya veo que no.- dijo Napoleón.

-Oh no, perdonadme Napoleón. Solo era para cerciorarme de que no me fuerais a engañar, pero no sé como he podido pensar eso de vos.- respondió Carlos IV.

-¡Pero padre! ¡¿Acaso no os dais cuenta de que os intenta tomar el pelo?!- dijo Fernando VII.

-¡Cállate Fernando! ¡Tú no tienes nada que opinar en esto!- dijo Carlos IV enfurecido.

-¿Bueno y donde tengo que firmar para dejar constancia de esto?- dijo Carlos IV, todavía algo furioso.

-Eh... aquí monsieur, justo aquí.- dijo Napoleón.

-¿Y que se supone que es esto?- dijo Carlos IV.

-Pues monsieur, un tratado que deja constancia de que vos me dejáis pasar con mi ejército a través de Espagne.- dijo Napoleón.

-Muy bien, traedme una pluma para que firme.- dijo Carlos IV.

-Sí monsieur, ¡Adeline! ¡Traedle a mi querido amigo una pluma para que firme el tratado!- ordenó Napoleón sonriendo, ya que su plan se iba cumpliendo con total perfección.

Y así Carlos IV firmó el tratado de FONTAINEBLEU en 1807.


 Cuando Napoleón llegó con su ejército a España, obviamente no siguió su camino hacia Portugal como le había dicho al rey Carlos IV, sino que se quedó en España para conquistarla con su ejército, como había planeado.
Tras haberla conquistado le cedió su reinado a su querido hermano José I Bonaparte.


Debido a la invasión de España por los franceses, el pueblo de Madrid se levantó contra las tropas invasoras francesas el 2 de Mayo de 1808 iniciándose así la Guerra de Independencia.

Esta guerra afectó a muchas familias, pero a la que más fue a la familia de Amanda, una chica de 14 años de edad, una simple campesina, de pelo castaño y ojos azules como el cielo, hija de Lucía y Pedro: dos pobres campesinos que trabajaban las tierras de su pequeña parcela.

Amanda estaba paseando por el bosque cuando de repente escuchó gritar a sus padres, se escucharon sonidos metálicos y voces hablando en un idioma que ella desconocía, echó a correr pero cuando llegó a su casa fue demasiado tarde; los cuerpos de sus padres se hallaban en el suelo fríos y muertos. Se tumbó junto a ellos, los abrazó y empezó a gritar y llorar. Pero ella no contaba con que los soldados franceses no se hubieran marchado todavía y en unos minutos se encontró rodeada por ellos. Intentó huir pero ella era una pobre chica sin apenas fuerzas y más ahora que sus padres habían muerto por lo que no tardó mucho en parar de forcejear frente a aquel soldado que la había cogido. La llevaron a un carro donde había más chicas como ella de diferentes edades y un chico con la cabeza baja, de unos dos años mayor que ella, pero no se preocupó mucho por las personas que había en el carro. Estaba más preocupada aún por la muerte de sus padres, ¿que haría ahora sin el amor de su madre y la calma que le transmitía su padre? Pero una niña de unos cinco años que estaba sentada a su lado interrumpió sus pensamientos diciendo:

-¿Cómo te llamas?

-Me llamo Amanda.- respondió ella.

-Yo Sara.- dijo la pequeña.

-Encantada de conocerte Sara.- respondió Amanda amablemente.

-¿A tus padres también los han matado?- preguntó Sara inocentemente.

-Eh...- a Amanda se le llenaron los ojos de lágrimas al recordar la imagen de sus padres muertos en el suelo.

-¡Sara! ¡Deja a la chica en paz! ¡Te he dicho que no preguntes esas cosas!-dijo el chico que antes estaba con la cabeza entre las rodillas.

-No pasa nada...- dijo Amanda limpiándose las lágrimas de los ojos con la manga de su vestido.

-Sí, si pasa. Mi hermana no debería de preguntar esas cosas.- dijo aquel chico de nuevo.- Pero es demasiado tonta y no le entra en la cabeza que no debe de hacerlo.-dijo el chaval.

-No pasa nada, de veras, es solo que...- dijo Amanda con voz entrecortada.

-No te preocupes, aquí nadie tiene padres. A todos los han matado y se han dedicado a coger a los hijos y meterlos en carros.- dijo él de nuevo.

-¿Cómo sabes que hay más carros?- dijo Amanda.

-Es lo que han dicho ellos, por cierto, soy Alex.- dijo decidido.

-Un momento, ¿es que entiendes su idioma?- preguntó Amanda impaciente.- ¿Quiénes son? ¿Que hacen aquí? ¿Por qué matan a nuestros padres?

 -Sí, son franceses, entiendo su idioma porque mi padre estuvo trabajando unos años en Francia cuando yo tenía apenas un año. Cuando crecí me enseñó francés. No se lo que hacen aquí, pero deduzco que intentan conquistar el país. Tampoco sé porque matan a nuestros padres y no se me da tan bien como crees el francés.- dijo Alex.

-¿Conquistar el país? ¿por qué quieren conquistar España? ¿que le hemos hecho nosotros a los franceses?- preguntó Amanda de nuevo.

-No lo sé, de verdad, ojalá lo supiera.- dijo Alex

-Perdona, te estoy preguntando cosas de las que no tienes por qué tener la respuesta... Es que cuando has dicho que entendías su idioma creí que podrías saber por qué esta pasando todo esto.- dijo Amanda sintiéndose culpable por haberle preguntado a Alex todo aquello de manera impulsiva.

El carro custodiado por los soldados se dirigía hacia la ciudad de Madrid.
Cuando entraron Alex le tapó los ojos a su hermana, la ciudad estaba llena de gente muerta y las calles estaban llenas de charcos de sangre, no eran las vistas más adecuadas para una niña de cinco años. Amanda miraba horrorizada los rostros desfigurados por el  miedo que tenían las personas muertas que yacían en el suelo y recordaba una y otra vez la imagen de sus padres muertos en el suelo frente a la puerta de su propia casa. Aquello era horrible, "¿cómo podían ser tan crueles los franceses?" pensaba Amanda, "¿qué les hemos hecho los españoles como para que hagan esto con nuestras ciudades?" Pero el carro se detuvo y los soldados que lo custodiaban empezaron a gritar algo en francés. Amanda miró a Alex para ver si él comprendía lo que estaban gritando los soldados y éste asintió con la cabeza. Entonces él se acercó a ella y le dijo que estaban diciendo que había una revuelta que se dirigía hacia ellos, que tenían que llevarlos por otro camino para no toparse con ella. Para suerte de ellos ya era demasiado tarde y un gran grupo de ciudadanos enfurecidos se dirigía hacia el carro. Tardaron poco en rodearlos y unos soldados huyeron despavoridos mientras otros se quedaron para luchar contra los ciudadanos. Alex tomó la mano de su hermana y poco después la de Amanda y saltaron fuera del carro, huyendo a toda velocidad se escondieron en un callejón y comprobaron  que ningún soldado se había percatado de que ellos habían escapado del carro. Siguieron callejeando y huyendo por las calles de Madrid, hasta que consiguieron salir de la ciudad. Huyeron hacia el bosque y allí pasaron la noche. No encendieron ninguna hoguera a pesar del terrible frío que hacía, porque tenían miedo de que si lo hacían algún soldado pudiera ver el fuego y los apresaran de nuevo.
Alex estaba abrazado  a su hermana para darle calor, la pequeña ya estaba dormida, mientras que Amanda estaba sentada junto a un árbol apoyando su espalda en el tronco de éste, su único pensamiento era el de la muerte de sus padres. Alex se percató de las preocupaciones de Amanda y dejó a su hermana para sentarse junto a Amanda.

-Para mí también ha sido muy duro ver cómo mataban a mis padres ante mis propios ojos.-dijo Alex.- Pero ahora te deberías de dejar de preocupar por ellos y preocuparte más por tí misma. Amanda, ellos ya están muertos y si sigues preocupándote más por ellos que por tí misma vas a acabar muerta como ellos. Sé que no es fácil, créeme a mí me resulta bastante difícil controlarme delante de mi hermana, pero si yo no mantego la compostura, ¿entonces ella que hará? ¿a quién tendrá para cuidarla? Sé que a ti ya no te queda nadie de tu familia, pero ahora nos tienes a nosotros y yo estoy dispuesto a cuidarte como si fueras mi hermana, no te pienso abandonar y haré lo que haga falta por ti.- dijo Alex.

-No se que decir, eres demasiado amable conmigo sin que haya hecho nada por ti, de verdad no se qué decir, gracias de corazón por tu amabilidad...- dijo Amanda mirando a Alex con la mirada más pura.

-Venga, ven a dormir, mañana tenemos que salir de aquí y ver si hay alguna ciudad que todavía no hayan conquistado estos estúpidos franceses.- dijo Alex decidido.

Amanda sonrió, le dió las buenas noches a Alex y se dispuso a dormir.

Al día siguiente salieron de aquel bosque y se dispusieron ha andar hacia el pueblo mas cercano. Tras horas de largo camino consiguieron llegar a un pueblo desolado, lleno de muerte y destrucción como la ciudad de Madrid. Amanda cogió en brazos a Sara tapándole con la mano delicadamente los ojos. Alex se dispuso a intentar encontrar a alguien que no estuviera muerto, entró a una casa y encontró a un hombre mayor sentado en una silla en lo que parecía ser un comedor. El hombre no se había percatado todavía de su presencia y cuando Alex se dispuso a hablar con aquel hombre, éste se giró repentinamente, se dirigió hacia Alex furioso y lo cogió por el cuello mientras le gritaba:

-¡Malditos franceses! ¡Han matado a toda mi familia! ¡A toda! ¿Estás contento? ¡Contéstame crío estúpido! ¡¿Te alegras de que hayan matado a mi mujer?! ¡¿Acaso te alegras de que la hayan matado?! ¡¿O quizás te alegra todavía más de que le hayan quitado la vida a mi pequeña de dos años?! ¡Dime! ¡¿Qué te alegra más, maldito crío?!- gritaba aquel hombre loco y furioso, mientras Alex se quedaba sin oxígeno.- ¿O acaso te alegra más de que hayan descubierto de que Cádiz es la única ciudad a la que el estúpido de Napoleón no ha llegado con sus tropas? ¡Contesta crío estúpido!- volvió a decir furioso aquel hombre loco, que tras todo lo que le había pasado a su familia había perdido su cordura.

Amanda, que se hallaba en la calle con Sara escuchó los gritos y se aproximó corriendo hacia la casa a la que Alex había entrado. Cuando vio a Alex a punto de morir ahogado por aquel hombre loco soltó a Sara en el suelo y furiosa se aproximó hacia aquel viejo loco, que la miró incrédulo y aflojó la fuerza con la que apretaba el cuello de Alex. Éste aprovechó para soltarse y le dio un puñetazo que dejó inconsciente a aquel hombre, cansado por haber intentado con todas sus fuerzas soltarse calló rendido en el suelo de aquella casa.

Amanda se había cerciorado de encerrar a aquel hombre en una habitación, arrastrándolo a duras penas con la ayuda de Sara, para que no les volviera a hacer nada mientras Alex seguía inconsciente tumbado en el suelo.
Cuando al fin despertó ya era de noche nuevamente, y Amanda se encontraba buscando junto con Sara ropa de abrigo ya que la de ellas estaba sucia y no les servía para soportar el frío. Alex al abrir los ojos y ver que ni su pequeña hermana Sara ni Amanda se encontraban allí, se levantó preocupado y asustado de que aquel hombre las hubiera matado por lo que se puso a gritar desesperado. Amanda y Sara bajaron las escaleras despavoridas por miedo a que el dueño de aquella casa hubiera conseguido escapar de la habitación y se encontrara luchando con Alex nuevamente, pero cuando bajaron y vieron a Alex de pie desesperado gritando sus nombres, Amanda suspiró aliviada de que se encontrara bien y Sara fue corriendo a abrazar a su hermano. Alex miró con alivio a Amanda, al ver que ella también se encontraba bien, pero sintió algo más al verla allí al pie de la escalera, algo que no sabía describir con palabras. Amanda también sintió aquello al ver que Alex se había despertado y se encontraba bien, estaba confusa porque nunca había experimentado esa sensación. ¿Qué era aquello punzante que sentía en el pecho? ¿Qué era aquello que sentía en el estómago? ¿Por qué le pasaba cada vez que Alex la miraba?
Como podéis deducir Alex y Amanda estaban enamorados, pero ninguno de los dos se había dado cuenta todavía.

Aquella noche durmieron en camas blandas y confortables ya que aquel hombre debía de ser un burgués, debido a que su casa estaba llena de objetos lujosos. Alex durmió nuevamente abrazado a su hermana pequeña y Amanda se encontraba en una cama situada enfrente de la otra cuando sintió que la mano de Alex la despertó. Alex le preguntó que si quería dormir con ellos, Amanda asintió. No tenía demasiadas ganas de seguir durmiendo sola, así que esa noche durmieron los tres juntos abrazados los unos a los otros.

Al día siguiente Alex les contó que aquel hombre le había dicho que Cádiz era la única ciudad que los franceses no habían podido conquistar por lo que les convenía dirigirse hacia allí. Amanda tenía sus dudas "¿cómo pensaba Alex llegar a Cádiz sin que los capturaran?" o peor aún "¿sin que los mataran? ¿Cuál sería su plan?"

-Alex, ¿cómo piensas llegar hasta Cádiz? ¿Te has dado cuenta de que nos podrían matar?- dijo Amanda preocupada.

-Bueno, ¿y qué quieres hacer? Allí por lo menos estaríamos más a salvo que aquí.- dijo Alex.

-Ya bueno, pero no nos sirve de nada si nos matan por el camino ¿sabes?- dijo Amanda algo irritada.

-No nos van a matar si vamos con cuidado.- dijo Alex.

-¿Te crees que solo con ir con cuidado basta?- dijo Amanda.- Hay soldados por todas partes y con que vean un campesino le pegan un sablazo sin preguntarle antes si es patriota o no.

-¿Por qué tienes que ser tan negativa? ¿No puedes pensar en la posibilidad de que lleguemos allí sanos y salvos?- dijo Alex furioso por la negatividad de Amanda.

-¡Pues no! Porque si han conquistado toda España no creo que tarden mucho en conquistar una cutre ciudad como Cádiz.- dijo Amanda aún más furiosa por la ignorancia de su amigo Alex.

-¿Por qué has perdido toda tu esperanza? ¿Qué ha pasado con ella?- dijo Alex desolado.

-¡Se ha esfumado! ¡Venga Alex! ¿No esperarías de verdad que acabaríamos viviendo felices ignorando la guerra y todo lo que nos ha pasado no? Ignorando que nuestros padres hayan muerto por ejemplo.- seguía diciendo Amanda.- ¡Alex despierta! ¡Nunca conseguiremos salir de aquí! ¡Mira lo que le ha pasado a este pueblo! ¡Mira a ese pobre hombre que te a intentado matar! ¡Es al único que han dejado con vida! ¡ Y eso que su familia era de la burguesía! ¡Imagínate lo que nos harían a nosotros que somos simple campesinos!- gritó ella.

-¡¿Y qué quieres hacer, quedarte toda la vida escondiéndote sin plantar la cara?!- gritó Alex al borde de la desesperación.

-Pues al menos sobreviviríamos- concluyó Amanda.

Tras unos minutos los dos se quedaron callados, entonces Amanda rompió el silencio diciendo que lo sentía, que había dicho demasiadas estupideces. Entonces Alex le respondió que tenía razón y Amanda continuó diciendo de que no le hiciera caso, que solo había dicho estupideces. Sara interrumpió la conversación diciendo que había un hombre en la puerta de la casa, y al oír esto Alex y Amanda se echaron una mirada de preocupación y se dispusieron a dirigirse hacia la puerta, donde encontraron a un campesino y un carro que era tirado por un burro blanco. Amanda nunca había visto un burro tan bonito, pero lo que más le preocupaba era el hecho de no saber quién era aquel hombre. Entonces aquel extraño se dispuso a hablarles:

-¿Quiénes sois niños? ¿Dónde están vuestros padres? ¿Es esta vuestra casa?- dijo aquel hombre con un tono de voz imponente pero amable.

-Somos unos campesinos señor, no tenemos padres, los soldados los asesinaron, no es nuestra casa, vinimos a este pueblo en busca de ayuda y queríamos saber si alguna ciudad no había sido tomada todavía y por lo visto hay una que opone resistencia a los franceses.- dijo Alex decidido.

-¿Y cuál es esa ciudad muchacho?- preguntó el hombre.

-Cádiz, señor.- respondió Alex.

-¿Y quiénes son ellas muchacho?- volvió a preguntar el hombre.

-Mis hermanas.- respondió Alex.

-Muy bien ¿y pensabais ir hacia Cádiz o qué?- volvió a preguntar aquel hombre.

-Sí, señor.- respondió Alex.

-¿Y cómo pensabais ir? ¿Andando?- río el hombre.

-Sí, señor.- asintió Alex.

-Mira que eres tonto muchacho.- dijo el hombre.- A mí no me importaría llevaros, ¿sabes? Yo también estaba buscando una ciudad que no hubiera sido conquistada y no me importaría llevar a unos críos. Me llamo Alberto y si vamos a pasar unos cuantos días juntos me gustaría saber vuestros nombres.- dijo Alberto.

-Soy Alex señor, y estas son mis hermanas Sara y Amanda.- dijo Alex.

-Déjame de llamar señor muchacho, ni que fuera un burgués.- dijo Alberto riéndose.


Así se dispusieron  a viajar hacia Cádiz.
Viajaron durante semanas hasta que finalmente llegaron a Cádiz, la ciudad deseada. Allí se despidieron de Alberto y se dirigieron hacia una plaza donde había mucha gente bailando y festejando algo que ellos desconocían.

Tras cuatro años viviendo en Cádiz se creó la Contitución de 1812 y finalmente la guerra acabó y vivieron felices para siempre, a pesar del reinado de Fernando VII y de los demás conflictos, ahora tenían una familia con la que compartir sus experiencias.

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